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El Perrito mensajero

Un perrito criollo recorre cada mañana las principales arterias del poblado de Jobabo, cabecera del municipio del mismo nombre, ubicado a unos 30 kilómetros al sur de la capital de la provincia de Las Tunas.
Terry  es el brazo derecho de Amelia Torres, una mujer de andar presuroso y de mirada inquieta, que al vernos entrar en su pequeña casa se mueve rápidamente hacia la cocina para hacernos un sorbito de café. Mientras lo prepara comenta: “Hace 8 años que tenemos a Terry con nosotros. Aquí llegó un buen día y no quiso dejarnos jamás. Lo consideramos uno más de la familia. Él tiene su propia camita y come lo mismo que Ernestico y Claudia, mis dos hijos”. Destapa la cafetera y el aroma invade la salita donde permanece atento el perrito como si supiera que hablábamos de él.

“Un buen día salimos en la bicicleta rumbo a mi trabajo, yo llevaba a mi hijo varón en la parrilla y se le cayó un zapato. El perrito retornó, lo agarró por un costado y nos siguió. Cuando llegamos a nuestro destino, lo traía bien sujeto por los dientes. Desde ese día supimos que le gustaba ser generoso, solidario y muy buen protector de las pertenencias de los niños.”

Taza en mano, comenzamos a degustar el delicioso café. Amelia nos dice: “Ya son casi las 9 y 30 de la mañana, por eso Terry está tan desesperado, él sabe que dentro de minutos debo llevarle la merienda al niño. La escuela queda a unas 10 cuadras de aquí. Terry no me pierde ni pies ni pisada. Ahora, cuando él vea que yo tengo lista la jabita de yarey, enseguida me intercepta para que yo le dé el paquetico. Lo aprieta fuerte con los dientes y sale veloz hacia su destino: la Escuela Primaria 'Heriberto Cortez'”.

En efecto, tal y como lo sentenciara Amelia, el perrito salió “disparado” hacia la escuela; nosotros, tras él. Iba tan rápido que al doblar por una esquina se nos perdió de vista. Luego le vimos, jabita en boca, por toda la avenida, los peatones lo observaban. Otros perros intentaban lidiar con él, pero Terry llegó a su destino. Allí lo esperaba el pionero de quinto grado Ernesto Domínguez Torres. Verlos sentados en el parquecito de la escuela era todo un espectáculo: ambos compartían la merienda.

Finalizado el horario del receso, el perrito mensajero retornó a casa, dando por cumplida su misión de cada mañana. Se veía fatigado, pero en su rostro se reflejaba la mayor satisfacción del mundo. Había ayudado a su dueña. Un gesto de solidaridad que ella agradece y que sus hijos admiran.

El perrito es algo más que una mascota. Es su mejor amigo. No pierde un instante del día para demostrarles el afecto que siente por ellos y la disposición de contribuir con las tareas del hogar. Al punto de que acompaña a su dueña hasta el Círculo Infantil, para juntos dejar allí a Claudia. Lo simpático del caso es que Terry le lleva también el monedero o el bolsito de la niña con sus pertenencias.  

 

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