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Crónica de Raúl Estrada desde Cañada Honda

Crónica de Raúl Estrada desde Cañada Honda

Le habíamos tomado la delantera al sol, pero por razones de seguridad no nos dejaron iniciar el ascenso hasta pasadas las 7:00, cuando ya el alba le cantaba al esmeraldino paisaje y los pájaros llenaban de luz el entorno.

Con el fin de no perder detalles sobre la arrancada, aventajo al grupo de vanguardia, me adueño de un promontorio y comienzo a tomar fotografías. A veces, con el fin de obtener vistas laterales y desde el fondo, me quedo en la retaguardia, pero enseguida, a vivo trote o dando largas zancadas, recupero un lugar próximo a los abanderados, y así, hasta llegar a la cima.

Alcanzada la cúspide, con el precipicio a nuestros pies, echamos la vista sobre el valle y, a viva voz y con los brazos en alto, saludamos a los compañeros que nos aguardan abajo y que nos aclaman como si fuéramos héroes.

Aún jadeante, pero más orgulloso que agotado, me pongo a observar a quienes me rodean, casi convencido de haber hecho una proeza, al llegar a lo más alto con mis ya no pocos años y mis dos hernias discales.

Pero… ¡qué pena! Entre la entusiasta avanzada juvenil hay varios hombres y mujeres mayores que yo, y, dando suprema muestra de voluntad, están el sexagenario periodista Ulises Espinosa, con la maltrecha pierna que desde los años mozos todos le conocemos, y el viejo Batista, con su escasa visión y sus numerosos achaques, aunque con el ánimo entero, como cuando en 1973 combatió junto a los hermanos sirios contra los agresores israelíes en las Alturas de Golán.

Lejos de apenarme por mis pasajeras ínfulas de hazañoso caballero, me enorgullezco aún más de ser cubano y de compartir la patria y los mismos ideales con millones de hombres y mujeres sencillamente buenos.

Dejamos en la cumbre nuestra Bandera Nacional y la de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y bajamos hacia el lugar en que realizaremos el acto para exigir la inmediata libertad de Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González, compatriotas nuestros prisioneros políticos en cárceles de Estados Unidos, injustamente condenados a bárbaras penas por combatir el terrorismo que desde aquel país se organiza contra el pueblo cubano.

Nos unimos al grueso del grupo en una especie de quebrada, a una distancia intermedia entre la cima y el valle, y de inmediato entonamos las notas del Himnos Nacional, todos con el pensamiento puesto en nuestros cinco compatriotas, héroes verdaderos, quienes han dado al mundo un hermoso ejemplo de dignidad y valentía, y saben que, en este preciso momento, estamos aquí luchando por su retorno a casa.

Aunque denominado Cañada Honda, este cerro es la máxima elevación de la provincia de Las Tunas y se halla situado a unos 720 kilómetros al oriente de La Habana, en los límites con el territorio de Holguín. Lo escogimos para reclamar la excarcelación de nuestros cinco hermanos, porque con su altitud simboliza la estatura del ideal de justicia que nos anima.

En eso pienso mientras canto a coro con los demás: “Al combate corred, bayameses,/ que la patria os contempla orgullosa;/ no temáis una muerte gloriosa,/ que morir por la patria es vivir…/ Y hasta escucho el tropel de la caballería del legendario Mayor del Ejército Libertador Ignacio Agramonte, el metálico rugir de una carga al machete encabezada por Máximo Gómez y la voz del general de Las Tunas Vicente García, El León de Santa Rita, que manda a incendiar la ciudad, comenzando por su propia casa, para no dejarla en poder del enemigo.

Ya entrada la mañana, bajo un sol que se me antoja más cálido y claro, abandonamos Cañada Honda. No sé si mis compañeros piensan lo mismo…, pero yo siento que he crecido, que hoy soy un hombre mejor.

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